El mirlo. Xilograbado de Thomas Bewick (1753 - 1828).
Te balanceas, tenue, con las ramas,
en el parque; dibujas
aleteos
a tal velocidad que no
distingo
si bailas en esbeltas
araucarias
o yerras entre grávidos laureles.
Anudas con el trazo de tu
vuelo,
como si fuera un hilo
cristalino,
los árboles que moran,
espaciados,
entre la mansa yerba.
Tejió
naturaleza tu figura
de quemados tizones,
en la médula negra de la sombra.
en la médula negra de la sombra.
Pero
tus hondos silbos
son
destellos de sol parpadeante,
que
ciegan mis oídos.
Mientras nace la sombra de
la noche,
el parque se desnuda, sin
lamento,
del oro de los últimos
fulgores
que le dejó la tarde.
Las nubes tenebrosas,
amenazando lluvias,
amortajan un sol agonizante.
Sin embargo, tú silbas,
con hermosa insistencia,
delante de un ejército de
sombras,
delante de la noche,
bajo cuyo sudario de
silencio
nos hundiremos ambos.
Mirlo, dame tu silbo
inagotable.
Con el dorado pico, ven y siembra,
dentro de mis oídos,
tu grano de silbante melodía.
Jamás te mueras, que jamás
la noche
silenciará tu música sagrada.