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Retrato de Novalis. Franz Gareis. Óleo sobre lienzo.
Los
discípulos en Sais puede considerarse como una de las
obras más enigmáticas y fascinantes de Novalis. Esta novela nos presenta una
hermandad de sabios, situados a medio camino entre la figura del filósofo, la
del místico y la del científico, que se dedican al estudio de la naturaleza.
Para estos sabios, la tarea del científico no difiere en lo esencial de la del
místico o de la del filósofo, pues todos ellos aspiran a conseguir, por
diversos medios, el conocimiento de la verdad, entendiendo por ésta el sentido
de la existencia humana y de la existencia del mundo. Los miembros de esta
hermandad se consagran con profunda devoción al estudio de la naturaleza,
esperando que éste les ofrezca las claves necesarias para conocer el orden del
universo. Dentro de ese estudio reviste una especial importancia la geología,
pues los discípulos dedican buena parte de su tiempo a vagar por campos y
bosques, recogiendo piedras de diferentes clases, que luego reúnen y clasifican
en el templo de la hermandad. En este interés por las piedras y los minerales
podemos advertir un eco del interés por la geología que sintió Novalis en su
vida real, el cual surgió cuando hubo de tomar lecciones de esta disciplina
para trabajar en la administración de las minas de sal de Weissenfels.
Los miembros de la hermandad conciben el universo como
una red de semejanzas que se dan entre los seres que lo integran (así,
consideran que existen semejanzas entre los diversos reinos de seres: el
mineral, el vegetal y el animal). La naturaleza produce formas y estructuras
similares en las diferentes categorías de seres. La finalidad que persiguen con su
tarea es comprender la naturaleza (es decir, conocer la estructura y el orden
de la misma). Novalis utiliza el templo de Isis situado en la antigua
ciudad egipcia de Sais, al que alude el título de esta novela, como una
metáfora del conocimiento de la naturaleza. En el interior de este templo, se
encontraba una imagen de Isis cubierta por un velo. Este velo simboliza el
profundo misterio que oculta la estructura de la naturaleza. Solo los miembros
de la hermandad descrita en la novela, después de un largo y difícil
aprendizaje, podrán descorrer el velo de la diosa, es decir, conocer el orden
del universo y las leyes que lo rigen tal como son, lo cual constituye el
máximo conocimiento al que puede aspirar el hombre: conocer, en suma, la
verdad. Por otro lado, en esta novela ya aparece la idea de evolución. La
naturaleza no se concibe como un ser estático, invariable, sino dinámico, pues
está continuamente sufriendo cambios. Aunque la idea de evolución no se
formulará de manera completa hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando
Darwin publique su ensayo El origen de
las especies, los pensadores y científicos de finales del siglo XVIII y
principios del XIX ya la habían intuido. Por ejemplo, Goethe, en su actividad
científica, formulará la teoría de la Urpflanze
(en alemán, planta primigenia):
según esta teoría, en tiempos remotos existió una planta que habría servido de
prototipo a todas las demás, pues contenía las características de todas ellas.
En la descripción de esta hermandad de sabios, se advierte el anhelo que
sentían los primeros románticos alemanes de elaborar una ciencia total, una
ciencia que unificara todas las disciplinas del saber, tanto las humanísticas
como las científicas, con el fin de ofrecer una explicación general del mundo.
En suma, encontramos un panorama muy diferente a la separación radical entre
las ciencias y las humanidades y la especialización de las ramas del saber que
han tenido lugar en la sociedad occidental desde la aparición del positivismo
científico.
Después de la introducción filosófica con que arranca la
novela, uno de los discípulos narra una leyenda alegórica, con el tono fabuloso
de un relato infantil. El protagonista de esta leyenda, Hiacinthe, abandona su
casa, sus padres e incluso a su amada, Rosenblüthe, para dirigirse caminando
hasta Sais, la ciudad donde se encuentra el templo de Isis, y recibir allí las
enseñanzas que calmarán su ansia de conocimiento. Después de un largo recorrido
que lo conduce por diversos parajes, llega a las puertas del templo de Isis y
se adormece –en esta alusión al sueño podemos advertir el irracionalismo de
Novalis, para quien los sueños podían constituir verdaderas revelaciones. En el
sueño, atraviesa las salas del templo, que le resultan familiares, pese a que
no recuerda haber estado jamás en ellas, llega hasta la imagen de Isis y
levanta el velo que la cubre. Nada más levantar el velo de la diosa, aparece su
amada, Rosenblüthe. Los dos amantes terminan juntos, engendrando numerosos
descendientes y gozando de la felicidad de la vida familiar. El significado de
esta leyenda radica en la necesidad del amor para llegar al conocimiento
profundo de la naturaleza. Solo a través de la experiencia del amor, a través
de la unión con la persona amada, el hombre comprende el sentido último del
universo. El amante supera sus carencias, las limitaciones inherentes a su ser
individual, saliendo al encuentro de la persona amada. Novalis considera al
hombre como un reflejo del universo y a éste como un reflejo del hombre, en la
medida en que ambos guardan una serie de semejanzas en su estructura; por esta
razón, la persona amada se convierte en un reflejo del cosmos para el amante,
de manera que amar al otro equivale a amar el universo. Esta idea se manifiesta
en un hermoso aforismo del autor: Mi
amada es una abreviatura del universo, y el universo una prolongación de mi amada.
En Los discípulos
en Sais, Novalis habla de la existencia de un alma general del universo, de
la que todos los seres forman parte. Aquí puede apreciarse la influencia del
panteísmo de Spinoza en su obra. Recordemos que Spinoza formuló el concepto de
amor intelectual hacia Dios, que se define como el amor a la naturaleza
(Spinoza, siendo panteísta, identifica a Dios con la naturaleza) que nace del
conocimiento verdadero de ésta y que genera un sentimiento de profunda alegría.
Sin embargo, no puede calificarse a Novalis de propiamente panteísta, pues
efectúa una curiosa síntesis de panteísmo y cristianismo en su obra. En el
pensamiento de Novalis, Cristo aparece como el único mediador directo o de
primer grado entre Dios y el hombre, pues solo él se encuentra en relación
directa con Dios; ahora bien, los demás seres del mundo pueden actuar como
mediadores indirectos o de segundo grado entre Dios y el hombre, posibilitando la
relación amorosa del hombre con Cristo, quien a su vez posibilita la relación
amorosa del hombre con Dios. Esta síntesis de panteísmo y cristianismo no se
aprecia en Los discípulos en Sais,
sino en los Himnos a la noche, donde
la amada de Novalis, Sophie, aparece como mediadora entre Cristo y el propio
poeta. De ahí proviene la identificación de Sophie con la virgen María que
Novalis llevará a cabo en los Himnos,
pues una de las misiones fundamentales de María, en la teología cristiana, es
la intercesión a favor de los hombres ante Dios.
Las conversaciones que los miembros de la hermandad
mantienen en esta obra sirven a Novalis para introducir en ella un debate en el
que cuatro discípulos exponen sus opiniones sobre la naturaleza y sobre el
medio más adecuado para conocerla. Según Félix de Azúa, quien escribe el
prólogo de esta edición de la obra, estos discípulos encarnan el
pensamiento de varios filósofos contemporáneos de Novalis y el del propio poeta. Así, el discípulo que inicia
esta discusión defiende las ideas de Schelling y de Schleiermacher. En las
ideas de este discípulo notamos el influjo de la teoría de las
correspondencias, según la cual la estructura del universo consiste en una
serie de semejanzas que se dan entre el macrocosmos
(la totalidad del universo) y el microcosmos
(el ser humano). Por lo tanto, para Schelling y Schleiermacher el ser humano
debe dedicarse al conocimiento de sí mismo, pues cuenta con escasas
posibilidades de lograr un conocimiento seguro e infalible del mundo que lo
rodea. De este modo, el hombre, estudiando su propia estructura, sus propias
cualidades físicas y psíquicas, no solo se conocería a sí mismo, sino que
también descubriría la estructura del universo.
El segundo discípulo defiende, en su
parlamento, las teorías del filósofo Franz von Baader, contemporáneo de
Novalis y miembro de la corriente de pensamiento conocida como filosofía de la naturaleza. Baader define la naturaleza como una insólita
armonía, un equilibrio milagroso que han alcanzado todos los seres del cosmos
en sus relaciones. Pone de manifiesto la diversidad de la naturaleza, describiéndola
como un conjunto formado por una inmensa variedad de seres, y subraya las
conexiones que unen a todos ellos, pues los seres no viven aislados, sino creando
múltiples relaciones entre sí, influyendo unos sobre otros de manera continua.
Considera que la influencia de unos seres sobre otros se produce a través de
una especie de ciclo, que podría entenderse como una transmisión de energías en
la que intervienen tres agentes: la naturaleza, los seres humanos y el espíritu
universal (es decir, la inteligencia divina que se halla presente en todo el
universo, cuya manifestación externa, perceptible para los sentidos, sería
la naturaleza). Primero, la naturaleza influye sobre los seres humanos;
luego, éstos influyen sobre el espíritu
universal; finalmente, éste último influye de nuevo sobre la
naturaleza, de manera que este ciclo de transmisión de energías queda
cerrado. Así lo expresa este discípulo en sus palabras:
Es muy arriesgado […] querer
recomponer […] a la Naturaleza, con
la ayuda de sus fuerzas y de sus fenómenos externos, y considerarla ora como un
fuego monstruoso, ora como un hecho accidental extrañamente conformado, como
dualidad o trinidad, o como otra fuerza singular cualquiera. Sería más
verosímil que fuese el producto de un acuerdo incomprensible entre seres
infinitamente distintos, el nudo milagroso del mundo espiritual, el punto de
unión y de contacto de innumerables universos.
[…]
nada es tan extraordinario como la gran homogeneidad y simultaneidad de la
Naturaleza, la cual parece estar presente en todas partes y por entero. En la
llama de una luz, todas las fuerzas de la Naturaleza están en actividad; y,
así, en cada lugar, ella se representa y se transforma continuamente, haciendo
brotar hojas, flores y frutos a un tiempo. Se halla, en medio de los siglos,
presente, pasada y futura a la vez; y quién sabe en qué genero especial de
lejanía trabaja de la misma manera; es probable que su sistema no sea más que
un sol en el Universo, una luz, una corriente, cuyas influencias son
percibidas, en primer lugar, por nuestro espíritu pero, fuera de éste,
extienden sobre la Naturaleza el espíritu del universo y comunican, a otros
sistemas, el alma del mismo.
El tercer discípulo defiende las teorías
de Henrik Steffens, filósofo de origen noruego que se trasladó a Alemania,
convirtiéndose en uno de los representantes de la filosofía de la naturaleza. Para
Steffens, la naturaleza evoluciona conforme a un programa, a un plan
establecido previamente. Por lo tanto, la misión del hombre consiste en
averiguar este programa, con el fin de descubrir cómo se ha desarrollado
hasta la actualidad y predecir cómo lo hará en el futuro.
La disciplina más adecuada para llevar a cabo esta misión
es la historia natural, que se encarga de explicar las diversas fases del
desarrollo de la naturaleza; por ello, Steffens le concede una gran
importancia, considerándola como la única ciencia que permitirá acceder al
verdadero conocimiento de la naturaleza. Sin embargo, Steffens afirma que en su
época la historia natural era una disciplina en ciernes, que se hallaba en
proceso de formación, pues aún no había logrado reunir suficientes
conocimientos sobre su objeto de estudio ni ordenarlos de manera coherente para
consolidarse como ciencia. En aquella época, los científicos solo habían
realizado algunos descubrimientos en la materia, sentando las primeras bases de
la historia natural.
En boca de un cuarto discípulo, Novalis expone su
propia concepción de la naturaleza. Así, nos habla de la apropiación moral de la naturaleza, concepto que trataremos de
explicar a continuación. Novalis cree en el mito de la edad de oro y considera
que la naturaleza ha caído en un estado de degeneración, de decadencia, desde
el fin de aquella edad. Ahora bien, el hombre está llamado a colaborar con la
naturaleza; mediante su actividad creadora, transformadora, conducirá de nuevo
la naturaleza hacia su perfección. Así, Novalis aduce como ejemplos de esta
actividad la pintura, que organiza los colores de manera que dan lugar a un
resultado hermoso; la danza, que enseña a los miembros del cuerpo humano a
moverse de manera armoniosa; la domesticación de los animales, que permite
acostumbrarlos a la convivencia con los hombres; o la jardinería, que reúne los
elementos naturales para dar lugar a paisajes ordenados y armoniosos. Llevando
la naturaleza a su perfección, el hombre conseguirá restaurar la mítica edad de
oro, aquel periodo que Ovidio describió en sus Metamorfosis, en el que la humanidad vivía en un estado de
felicidad general y de perfecta armonía con la naturaleza. De este modo, el
hombre dota de una finalidad moral a la naturaleza, pues su tarea viene a
remediar la decadencia en que aquélla se hundió desde el final de la edad de
oro, orientando a los seres que la integran, tanto a los inertes como a los
vivos, hacia la consecución del bien. Se nota claramente que Novalis mantiene
una visión optimista de la actividad transformadora de la naturaleza que lleva
a cabo el hombre. Ello podría deberse a que en el marco espacial y temporal en
que escribe esta obra, la Alemania de finales del siglo XVIII, la revolución
industrial apenas había comenzado y todavía distaba mucho de alcanzar su apogeo.
En aquel entonces, ni siquiera se sospechaban las consecuencias negativas que
la industrialización acarrearía: la conversión del hombre en una mercancía,
cuyo valor se encarga de fijar el mercado, mediante la explotación de la clase
trabajadora, y la conversión de la naturaleza en un mero recurso, cuya
finalidad se reduce a suministrar materias primas para el desarrollo económico.
Por otro lado, cuando se pregunta cómo acceder al conocimiento de la
naturaleza, Novalis afirma que solo el poeta puede descubrir el sentido último
de los fenómenos naturales, mediante el acercamiento intuitivo a éstos, lo cual
supone un privilegio vedado al científico, cuya actividad se limita a describir
las cualidades físicas de los objetos. De este modo, se pone de manifiesto el
valor supremo que el escritor alemán concedía a la figura del poeta. Así lo
expresa el cuarto de los discípulos en su parlamento:
Solamente los poetas han comprendido lo que la Naturaleza puede significar
para el hombre, comentó un hermoso adolescente, y no es arriesgado afirmar que
la solución más perfecta de la humanidad se encuentra en ellos y que, de ese
modo, cada sensación se propaga con pureza por doquier, con sus infinitas
modificaciones, a través del cristal y de la movilidad de dicha solución. Todo
lo hallan en la Naturaleza, cuya alma solo a ellos no rehúye; y en el trato que
mantienen con ella, los poetas buscan, con mucha razón, toda la dicha y el
encanto de la edad de oro. La Naturaleza les ofrece la variabilidad de su
carácter infinito; y, más que el hombre, ingenioso en grado sumo y pletórico de
vida, sorprende por sus hallazgos y sus rodeos profundos, por sus encuentros y
desviaciones, por sus grandes ideas y sus rarezas. El inagotable tesoro de sus
fantasías no tolera que uno solo de sus amigos se aleje con las manos vacías.
Todo lo embellece, lo anima, lo confirma; y si en ciertos detalles, diríase que
solamente reina un mecanismo inconsciente y sin sentido, la mirada que penetra
hasta el fondo de las cosas descubre una maravillosa simpatía hacia el corazón
humano, en la coincidencia y en la continuación de los accidentes particulares.
El viento es un movimiento del aire que puede obedecer a muchas causas
externas; pero, ¿no os parece que tiene otro significado para el corazón
solitario y henchido de deseos, cuando pasa, proveniente de alguna comarca muy
querida y que con mil murmullos profundos y melancólicos aparenta disolver el
sereno dolor, en hondo y melodioso suspiro de la Naturaleza entera? ¿Acaso el
joven enamorado no halla expresada, también él, y con admirable veracidad, su
alma saturada de flores, en la fresca y tierna vegetación de los campos
primaverales? ¿Y puede la vivacidad de un alma que acaba de sumergirse en el
oro del vino parecer más preciada y sonriente que en el racimo de uvas pesadas
y brillantes, ocultas casi, bajo las hojas?
En los ejemplos que aduce Novalis en este pasaje de la
obra, podemos comprobar cómo el poeta identifica sus estados de ánimo con los
elementos de la naturaleza. Por ejemplo, el hombre solitario y lleno de deseos
no realizados alivia su tristeza escuchando el suave rumor del viento; el
enamorado ve reflejada su alegría en los campos floridos de la primavera; el
hombre sumido en el entusiasmo gracias al vino encuentra una imagen de su
estado de ánimo en el racimo de uvas. De este modo, el poeta descubre
semejanzas entre su interioridad y el mundo exterior, entre el ser humano y la
totalidad del universo.
Una vez que los cuatro discípulos han confrontado y
debatido sus teorías, el maestro de la hermandad toma parte en el diálogo, y en
su intervención parece respaldar veladamente la teoría de la apropiación moral
de la naturaleza que ha formulado Novalis. Para acceder al conocimiento de la
naturaleza, recomienda a los cuatro discípulos la adquisición de dos hábitos
indispensables: vida discreta y sencilla,
como la de un niño, e incansable paciencia. La tranquilidad propia de una
vida discreta y sencilla se convierte en condición necesaria para alcanzar este
conocimiento, pues, como reconoce el maestro, se puede considerar como muy raro el hecho de encontrar la verdadera
inteligencia de la Naturaleza unida a la gran elocuencia, a la habilidad y a
una vida notable, pues, generalmente, la acompañan palabras muy sencillas, un
pensamiento recto y sincero, y una vida austera. Por otro lado, la paciencia
se vuelve necesaria, pues no es posible
determinar al cabo de cuánto tiempo revela la Naturaleza sus secretos. Ciertos
elegidos los obtienen y conocen cuando aún son jóvenes; otros, solo a una edad
avanzada. El maestro asocia el envejecimiento del cuerpo con la sabiduría
del espíritu, pues afirma que el
investigador verdadero jamás envejece; toda pasión eterna se halla fuera de los
límites de la vida y, cuanto más se aja y se seca la envoltura externa, tanto
más claro, resplandeciente y poderoso se torna el núcleo. Según el maestro,
la adquisición de estos dos hábitos se
opera, de modo fácil y frecuente, en el taller del artesano y del artista, allí
donde los hombres están en contacto y tienen que luchar de mil maneras con la
Naturaleza, en los trabajos del campo, de las minas y en la navegación, en la
cría del ganado y en muchos oficios más. En este elogio del trabajo
podríamos hallar un reflejo de la teoría
de la apropiación moral de la naturaleza, pues, como ya hemos dicho, para
Novalis el hombre conduce de nuevo la naturaleza hacia su perfección, mediante
su actividad creadora, transformadora de la realidad.
Los discípulos en Sais. Novalis. Prólogo de Félix de Azúa. Editorial Hiperión.