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sábado, 7 de mayo de 2011

Hiperión (fragmento de una comedia en dos actos)

***
(Hiperión es un poeta que intenta realizar un deseo imposible: vivir de la poesía en el mundo contemporáneo, donde la razón instrumental y su consecuencia, la barbarie del capitalismo tardío, han conducido a la mayoría de la sociedad a menospreciar la importancia del arte para la vida humana. Diótima, su amada, quedó deslumbrada por su singular personalidad nada más conocerlo y decidió vivir a su lado, pero las dificultades económicas y la marginación social a las que Hiperión se vio condenado fueron minando la convivencia de los dos. En esta situación angustiosa, Diótima abandona a Hiperión por un joven que le ofrece una vida cómoda y segura. El diálogo corresponde a la última escena del primer acto de la obra, que se desarrolla en el piso de Hiperión. Diótima y él están a punto de terminar su relación, al filo de la ruptura. Él no puede esconder la inquietud que lo carcome. Ora se sienta en alguna de las sillas del salón, sin permanecer demasiado tiempo sentado; ora deambula dando vueltas por la estancia, callado y serio. Ella entra en escena como si viniera de la calle, con una maleta para recoger sus enseres y marcharse.)

Hiperión.–¿Tú de nuevo?

Diótima.–Sí.

Hiperión.–Entras y sales a cada momento de la casa. Ese vaivén me angustia como la zozobra de un barco.

Diótima.–No puedo hacer otra cosa. No tengo elección. Entiéndeme; te lo ruego.

(Coloca su maleta sobre el sofá del salón y la abre. Un silencio tenso domina el ambiente.)

Hiperión.–(Con asombro y dolor.) ¿Qué haces?

Diótima.–(Guardando ropa y diversos objetos en su maleta.) Estoy guardando mis enseres en una maleta. Debo irme. Nuestra relación carece de futuro; está abocada al fracaso. Más tarde o más temprano, el desencanto se enredará en nuestros pechos, como la yedra en las casas abandonadas. Si debemos alejarnos mutuamente, separarnos ahora será menos doloroso que dilatar más aún la fecha de la separación.

Hiperión.–(Casi desesperado.) ¡No! No rompas el sueño de la unidad. Desde cuando comenzamos a amarnos, deseé alcanzar la unidad contigo. Soñé transfigurarme en un solo cuerpo, en un solo alma, en un solo ser contigo. Imaginé que podríamos acercarnos uno al otro de tal manera que nuestras voluntades se fundirían en una sola, como quien se acerca a beber a una fuente y besa su reflejo en el agua cuando bebe. ¿Y ahora vas a romper en innumerables pedazos la visión que tuve en sueños?

Diótima.–(Fría.) Visiones, sueños… Tú lo has dicho. Nuestra relación ha sido el fruto de una vana fantasía, un espejismo levantado sobre pilares de niebla. Deshagamos el espejismo. No podemos seguir viviendo entre las nieblas de la fantasía.

Hiperión.–(Con insólita exaltación.) ¿Por qué no? ¿Qué nos lo impide? Somos libres. Si la realidad es tan desoladora como dices, ¿no convendría más que le diéramos la espalda? Esas nieblas de la fantasía nos mecen suavemente; nos protegen del infortunio y la desesperación. Levantemos una casa de nieblas, donde el sol jamás penetre. Allí viviremos felices, extraviados en la fantasía.

Diótima.–(Tajante.) Un día, la realidad acabará disipando toda niebla. Entonces nos veremos obligados a asumirla. Desde ahora deberíamos asumirla de buen grado.

Hiperión.–¡No! Cerremos los ojos. Huyamos de la luz del día. Entremos en los pasadizos subterráneos de nuestras almas. En la sala oscura de nuestra imaginación, encenderemos una luz más intensa, a cuyo lado la del día se convertirá en una débil penumbra. Allí nos quedaremos contemplando las imágenes de nuestras mentes. Allí la realidad no podrá venir a buscarnos.

Diótima.–Nos hundiríamos en la locura. La evasión de la realidad es peligrosa. La locura es un laberinto donde se penetra con facilidad, pero del que se sale siguiendo un camino tortuoso, de largas penalidades, si finalmente se sale, pues no todos lo consiguen.

Hiperión.–Ah, ¿no sabes que la locura puede ser una forma de lucidez? No te vayas. Una vez más, te lo ruego. No te vayas.

Diótima.–Debo irme. Cuídate, Hiperión; te lo ruego. No sucumbas a los fantasmas nacidos de tu mente.

(Cierra su maleta.)

Hiperión.–Me convertirás en un hombre desgarrado en sus adentros. Sin ti, no resistiré demasiado tiempo la dureza de mi vida.

Diótima.–Debo irme. Adiós.

(Coge su maleta y se va. Silencio.)

Hiperión.–El agua de la vida
manó de tu costado.
Yo, febril caminante,
lo rocé con mis labios.

Ahora me desprecias;
la fuente se ha secado.
Pero la sed me sigue
consumiendo despacio.

(Grita y se arroja al suelo, desesperado. Solloza inconsolablemente. Sus gestos son patéticos, en el sentido originario de la palabra: manifiestan dolor e inspiran piedad. Se hace el oscuro.)