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sábado, 10 de octubre de 2009

Un tiento de Francisco Correa de Araujo



Francisco Correa de Araujo: tiento de medio registro de tiple, para órgano.

Al comienzo de esta música, se percibe enseguida la voz austera y sobria del órgano español. Su belleza no halaga directamente los oídos, como ciertas músicas italianas, sino que es más intelectual; requiere una especial atención de la mente para saborearla. Aunque Correa de Araujo nació en Sevilla, los vientos castellanos espiran sobre toda la música española del siglo dieciséis y le dan su impronta. En esta pieza se advierte un espíritu conventual, de místico recogimiento; detrás de los sonidos, hay unos ojos vueltos hacia lo interior, dirigidos hacia las honduras del hombre. Piénsese en la introspección necesaria para conocerse a uno mismo; en una angosta escalera de caracol que condujera, como un pasadizo vertical, a un campanario donde las palomas revuelan; en dos movimientos complementarios: bajar subiendo (bajando a uno mismo, se sube a lo trascendente) y subir bajando (subiendo a lo trascendente, se baja a uno mismo). La interioridad del alma y la trascendencia se hallan ligadas por un vínculo secreto, de modo que no puede entenderse una sin la otra. Parece que la música quisiera vivir consigo misma, como diría Fray Luis de León, lejos de todo ruido que la turbase, en un espacio de sagrada pureza. Quisiera llenar el silencio; ser el único sonido ensimismado que vibrase en el silencio. En este tiento no hay juegos de virtuosismo, sino solemnidad emocionada; no hay blanduras melódicas, sino acordes de un órgano que parece hablar consigo mismo (como decía Machado, quien habla solo espera hablar a Dios un día) mientras los muros de una iglesia, sumidos en penumbra, guardan silencio y acogen sus meditaciones.

7 comentarios:

Olga Bernad dijo...

No he podido escucharla, sólo he podido leerte. Me he imaginado una música, y he danzado un poco con tu emoción. No en vano las palabras son el mayor sustituto de la realidad, una prueba de la necesidad del hombre por vivir y contarlo. No sé si lo que he escuchado existe, pero de alguna forma, es.
Un abrazo.

Ramiro Rosón dijo...

Cuando escribo acerca de música, intento que al menos algo del espíritu de los sonidos quede en las palabras, como los posos del vino descansan en el fondo de las botellas. Por otro lado, creo que la necesidad que los seres humanos sentimos de contar nuestras vidas es como una sed interminable, que no deja de acuciarnos por más que la saciemos.

Aquí te dejo el enlace del vídeo en Youtube, por si quieres oír la pieza de Correa de Araujo, que te recomiendo vivamente:

http://www.youtube.com/watch?v=OjdlxxIG8V4

Un fuerte abrazo, Olga.

Emetorr1714 dijo...

Ya te dije un día Ramiro, que desde pequeño (11 años) me gusta el sonido del órgano -de algo me sirvió 5 años con los hermanos de La Salle- pero prefiero leerte.
"quisiera llenar el silencio"
Quisiera yo llenar tantas cosas...

Saludos

PD: He dado cuerda a mi blog, tu visita le daría prestigio.

Ramiro Rosón dijo...

Fandestéphane, me alegro de que te haya gustado esta entrada. A menudo, todos quisiéramos llenar de algo, quizás de palabras, no sólo el silencio, sino también miles de cosas, para salvarnos del vacío, del tedio, del cansancio.

Visitaré tu blog. Un abrazo.

ana dijo...

Es un viaje valiente el del encuentro con uno mismo, no siempre estamos preparados para hallar nuestra alma... del desencuentro de nuestra alma con el silencio. Y sí, se necesita llenarla de algo... NO he podido escuchar la música que nos has dejado, pero he buscado obras de ese autor y las he escuchado un ratito...

He de reconocer que a mí, el órgano, su sonido... consigue ponerme nerviosa casi siempre... Existe siempre un claro desencuentro entre el alma y el silencio cuando se sienten acunadas por el sonido de un órgano... y me pregunto por qué vacío estará clamando mi alma, cuando lo oye, que no es capaz de reposo...

en fin, somos complejos. O quizá no, quizá sea todo lo contrario. Que soy simple, demasiado simple...

Un abrazo.

Ramiro Rosón dijo...

Sin duda, se necesita valentía para encontrarse con uno mismo: la misma valentía que el hombre, a lo largo de su historia, ha necesitado para navegar los mares, ascender a las cumbres más elevadas o internarse en las selvas más frondosas.

Cada uno debe indagar en sí mismo para conocerse bien; esta indagación es necesaria para seguir la máxima “conócete a ti mismo”, que estaba grabada en uno de los muros del santuario de Apolo en Delfos. Quizás, en nuestra aparente simplicidad, somos más complejos de lo que parecemos, como el órgano, cuyo interior esconde una compleja maquinaria.

Me alegra que mi prosa te haya movido a buscar piezas de Correa de Araujo. Hemos de reivindicar el tesoro de la música antigua española, que nos ha legado maravillosas obras y todavía no se conoce lo suficiente.

Gracias, Ana, por tus palabras. Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Si, probablemente lo sea