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domingo, 19 de julio de 2009

Los cipreses


En el patio sombrío
de lo que fuera antaño
un colegio de monjas,
se elevan los cipreses.
Como sombras delgadas
o mástiles frondosos,
dulcemente se mecen en el viento.
El ábside solemne
de una anciana capilla
emerge de unos muros
como un salmo de piedra silencioso.
Vigorosas, las yerbas
nacen de las junturas
de losas desgastadas.

Ahondan los cipreses
en el fondo del suelo sus raíces,
bajo los sedimentos del pasado.
Noto la soledad que los envuelve
y la angustia difusa
de sus verdes oscuros.
Bajo el azul intenso
del cielo de una tarde,
se elevan como lanzas, dominados
de una melancolía sosegada.
En su madera sufren,
como los hombres en sus carnes,
la débil hermosura de la vida,
la grave certidumbre de la muerte,
una sed insaciable
de sol y trascendencia.

He venido a mirarlos
e imaginar, a solas,
cómo fueron las risas de las niñas
que en su día jugaron,
iluminadas de alborozo,
entre ellos, erguidos
hasta besar el cielo.

(Antiguo Colegio de la Asunción, Parque Viera y Clavijo, Santa Cruz de Tenerife)

6 comentarios:

s dijo...

¡Qué poema, Ramiro! Primero decirte que la primera impresión que me ha producido es de un deje machadiano, y la precisión en el desarrollo del ambiente, de la atmósfera (que ya percibí en tus otros poemas).

Me ha encantado la primera estrofa por algunas de sus metáforas:

"Como sombras delgadas
o mástiles frondosos,
dulcemente se mecen en el viento.
El ábside solemne
de una anciana capilla
emerge de unos muros
como un salmo de piedra silencioso"

Bueno, lo que te he dicho, precioso poema.
Muy bien ejecutado.

saludos.

s dijo...

Sí, estaba pensando en lo mismo, en el tiempo que tan bien se ejemplica en el verso que más me ha gustado, por su sencillez y profundidad, del poema:

"la débil hermosura de la vida"

Saludos admirados.

Ramiro Rosón dijo...

He intentado evocar el ambiente de ese patio, quizá, para fijar un recuerdo en la escritura, o para robar una vivencia al tiempo y al olvido. Seguramente, el deje machadiano se debe a que el poema gira en torno a dos elementos esenciales: los cipreses y el tiempo. La poesía de Machado se funda sobre el paso del tiempo, y así la definía la voz del poeta:

“Ni mármol duro y eterno,
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.”

Esos cipreses, altos y delgados, parecen árboles de varios siglos, aunque no deban de tener más de cien años, ya que el colegio de la Asunción se levantó a principios del siglo veinte. Pues bien, he querido buscar esa “palabra en el tiempo” de la que habla Machado. En el poema, he comparado a los hombres con los cipreses y he evocado ese tiempo, que no he vivido, en que el edificio era un colegio de monjas y las niñas jugaban en el patio. Nada es eterno, pero el ser humano, como los cipreses, quiere elevarse al cielo en busca de eternidad. Recordemos el magnífico soneto “Al ciprés de Silos” de Gerardo Diego, que dice así:

“Enhiesto surtidor de sombra y sueño,
que acongojas al cielo con tu lanza.

[…]

Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.”

Me alegro de que este poema te haya gustado, Sergio. Muchas gracias, una vez más, por tus visitas y comentarios.

Un abrazo.

Ramiro Rosón dijo...

Ese verso (“la débil hermosura de la vida”) encierra una meditación sobre la fragilidad de la vida, sobre la hermosura de todo lo viviente, que el tiempo, más tarde o más temprano, se lleva. Sin embargo, todo se renueva en el ciclo de la naturaleza; y la fe, cuando es sincera, humana y cordial, cuando es un ansia luminosa y no un fanatismo sombrío, nos deja entrever el horizonte de la eternidad.

Saludos agradecidos.

Olga Bernad dijo...

Vuelvo con prisa a Zaragoza, y aprovecho para echar un vistazo muy rápido por algunas bitácoras.
Casi he oído las risas de esas niñas, vigiladas por "mástiles frondosos" que parecen elevar sus pensamientos y los tuyos.
Me ha gustado especialmente este poema.
Saludos, Ramiro.

Ramiro Rosón dijo...

Curiosamente, yo jamás he oído las risas de las niñas. El edificio dejó de usarse como colegio de monjas antes de que yo naciera. Pero los hechos del pasado marcan los lugares con su memoria, de un modo inefable y misterioso, y, aunque jamás haya visto a las niñas, si me acerco a ese patio y las imagino, casi me parece estar observando sus juegos y sintiendo sus voces, como te ha sucedido al leer estos versos.

Los cipreses elevan hacia la bóveda celeste, transformándolos en plegarias silenciosas, los pensamientos de esas niñas y los del caminante que descubre ese patio. Sin duda, esos árboles, oscuros y delgados, son imágenes de un anhelo de trascendencia. Es una lástima que no haya podido sacar una fotografía de ellos, pues, desde el año 2005, el Parque Viera y Clavijo está cerrado por obras; unas obras que aún no se han acabado, acaso por desidia o falta de dinero o sencillamente por su envergadura.

Muchas gracias, Olga, por tu visita y tu comentario. Celebro que estos versos te hayan gustado. Espero que estés pasando un buen verano y que en Zaragoza no aprieten demasiado los calores estivales; los canarios estamos soportando unos días muy calurosos.

Saludos cordiales.